La consigna del día: un libro para un amigo con el cual solían ser muy unidos.
Solían habla de pasado ¿verdad?
Solían dice que ya no solemos...
Hace mucho tiempo tuve un gran amigo. Gran, en todo sentido de la palabra. Gran persona, gran compañero. Gran hombre.
Estoy hablando de hace más de veinticinco años. Néstor y yo nos conocimos por casualidad. Él manejaba un taxi. Yo buscaba trabajo. Y tomé el taxi en una esquina un día que llovía a mares sobre Buenos Aires. No pudo dejarme en mi casa, la inundación cubría las veredas desde cuadras antes y la lluvia no mermaba. Detuvo el taxi en una esquina y me sugirió que esperara a que el agua dejara de caer con tanta fuerza. Empezamos a conversar, le conté que buscaba trabajo, me contó que estaba preparándose para irse a norteamérica a trabajar.
Cuando la lluvia paró, me bajé del taxi y pensé que no lo vería más. Pero me equivoqué. Al día siguiente, a las seis de la mañana, Néstor deslizaba bajo mi puerta el suplemento de clasificados del diario Clarín y una nota: Suerte, cualquier cosa llamame. Su número de teléfono estaba al pie.
Hizo lo mismo durante días, hasta que lo llamé y entonces dejó de tirar el suplemento bajo la puerta para dármelo en mano. Gracias a que un pasajero le contó que en una empresa buscaban secretaria, empecé a trabajar con un buen sueldo. Néstor me enseñó a conducir, con su taxi Peugeot 404 palanca al volante. Ibamos juntos al hipódromo, a comer pizza a Angelín, a respirar el aire puro del Rosedal. Compartimos cenas en familia y sábados de chinchón, cómplices, amigos, casi hermanos. Se hizo tan querido por la familia que mi papá lo bautizó "el flaco Menesunda" y era imposible planear un asado sin imaginar su presencia.
Un día, le avisaron que su empleo norteamericano estaba esperándolo. Partió.
En aquella época no había mails, ni teléfonos celulares. Tiempo después me llegó una carta con fotos, se lo veía bien, entre otros latinos en una fiesta. Después yo me mudé, él también. Y ya no supe dónde encontrarlo.
Cuando hablo de Néstor Zelaya, hablo sin nostalgia. Porque nuestra amistad no pudo morir. Solo está ahí esperando el reencuentro. Sigo buscándolo por Facebook, algún día lo encontraré. Es una de esas amistades inmortales. Por eso para él, el libro más antiguo del mundo:
La epopeya de Gilgamesh.
Me acuerdo de que mi hermano insistía e insistía y yo no quería saber nada. Yo nunca quise tener un blog... y bueno, ahora lo tengo. =)
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