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sábado, 17 de septiembre de 2011

El reto de los 30 libros - día quince

Este post vale por el día de ayer (en que mi internet no funcionaba...)

La consigna del día es: un libro que hayas amado y ahora odies.

No voy a ponerme a explicar lo mismo que ya expliqué. Baste decir que si mis odios son profundos, también lo son mis amores. Por lo tanto voy a redireccionar la consigna igual que lo hice con la anterior (de otro modo no podría cumplirla en absoluto y, así, al menos la cumplo a medias).

Entonces, la consigna del día es: un libro que hayas amado y ames (y sanseacabó).

Un libro que ha sido muy importante en mi vida y creo que por eso siento un profundo amor hacia su contenido es:

Los hijos de Yocasta, de Christiane Olivier.


Los hijos de Yocasta puso en palabras, bien hiladas y fundamentadas, las ideas que me revolotearon en la cabeza durante muchos años. Me ayudó a entender lo que hasta entonces me resultaba incomprensible y, con esa base sólida, a poder intentar un cambio desde nuevas perspectivas. Sin pretender derriban muros, como venía haciendo. Aprendiendo a buscarles la brecha para que caigan por sí solos.

Es el libro que está sobre mi mesa de luz, a mano, para releerlo tantas veces como haga falta, como un mapa de viaje o una brújula.
Christiane plantea un panorama de la realidad de los sexos que todos conocemos, con la diferencia de que enciende una luz sobre la posibilidad de un cambio que debe emerger desde la propia mujer para que nuestra sociedad pueda liberarse de su kharma edipiano. Claro que Christiane no habla de kharmas en su libro, ella es una científica. Soy yo quien asocia dentro de la cabeza filosofía con ciencia. 
Leer Los hijos de Yocasta me ayudó a desenredar asuntos que estaba enredando por puro instinto, por hábito incorporado. No sé si yo lograré liberarme de la carga que Yocasta puso sobre mis hombros, aunque lo intento con mucho esfuerzo. Pero al menos sé que mis hijos llevarán un peso menor sobre sus espaldas y, tal vez, si hacemos bien las cosas, algún día nuestros tataranietos puedan andar por la vida sin anclas que acarrear.

Del libro y su autora:

Christiane Olivier (1984), en su libro Los hijos de Yocasta hace una crítica a la teoría psicoanalítica y señala que fue creada por un hombre y los avances que ha tenido en cuanto a la construcción teórica y los avances en el terreno de la técnica terapéutica han sido realizados, en la mayoría de los casos, por hombres, los cuales han dejado de lado el estudio del psiquismo de la mujer o dando a entender que explicando lo que ocurre en el aparato psíquico masculino se pudiera entender por añadidura el femenino.De igual manera afirma que los psicoanalistas han privilegiado el estudio de la influencia paterna en la determinación de la estructura del aparato psíquico de los individuos y no han dado mucha importancia a la influencia decisiva que tiene la mujer como madre en este terreno, pues ella tiene un mayor contacto con los hijos, independientemente del sexo, y en nuestra cultura permanecen ligados toda la vida.
Olivier (1984) señala que desde Freud se estableció que tanto el niño como la niña tienen una experiencia diferente en relación con el complejo de Edipo y su correlato, el complejo de castración; sin embargo, no se ha estudiado en profundidad el papel que juega la madre como un agente decisivo en la estructuración del psiquismo en sus hijos.
La autora menciona que el psicoanálisis da como un hecho irrefutable que la envidia por el pene determina la sexualidad femenina, pero ella se pregunta, ¿y los hombres no le envidian los senos a la mujer?, ¿no querrían ellos a su vez tener el privilegio de amamantar a sus hijos?, ¿no desearían los hombres la posibilidad de embarazarse?; estas interrogantes llevan a la autora a proponer un replanteamiento de los estudios psicoanalíticos, los cuales, cree ella, deben orientarse a estudiar el psiquismo de la mujer, ya que el mismo Freud llegó a mencionar que se sabía mucho menos de la vida sexual de la niña que del niño y que esto no debería ser causa de vergüenza, pues la sexualidad de la mujer es para la psicología un continente negro, esto es: inexplorado. Aunque estas afirmaciones fueron hechas en 1925, los estudios psicoanalíticos y las construcciones teóricas subsecuentes estuvieron señalados por la masculinización que de ellas estableció, desde sus inicios, el padre del psicoanálisis.
Por otro lado, Olivier indica que los hombres, después de vivir en un estado de dependencia con la madre, desde pequeños entablan una lucha con ella para lograr su separación, la cual continúan muchos años más tarde con su pareja en su inconsciente, a fin de resolver en su psiquismo –aunque fallidamente– la separación que no lograron en su infancia ni en su adolescencia con un sujeto que no tiene las características de su madre y que además se espera algo totalmente distinto de ellos.
A este respecto, las mujeres sufren un abandono por parte de sus madres, prácticamente desde el nacimiento, por el solo hecho de ser del sexo femenino, aunque no necesariamente físico, según la autora, sí afectivo, que de ninguna manera es consciente ni intencionado; sin embargo, Oliver asegura que las madres se ven imposibilitadas para dar un afecto que ellas tampoco recibieron; es decir, no pueden dar a sus hijas algo que no les dieron a ellas, originando una cadena interminable de carencia de afecto entre madres e hijas que es buscado posteriormente en la pareja masculina, la cual, como ya se vio, no quiere dar afecto, sino separarse de la representación de madre que para él es su pareja.
En este sentido, se puede observar cómo la autora plantea una desarticulación del deseo entre hombre y mujer para su vida en pareja; ambos buscan algo en su relación que el otro no está dispuesto a darle, y aunque así lo quisiera, no podría, pues según su propia historia –que lo determina desde el inconsciente –, lo que cada uno quiere es obtener o lograr lo imposible en una edad más temprana en relación con su madre. Amar es buscar conscientemente lo que nos ha faltado, y volver a encontrar, las más de las veces de modo inconsciente, lo que ya conocimos.
La autora concluye diciendo: “La existencia de la mujer hace indispensable la desacralización de la madre, cuyo reinado engendra la misoginia y los celos de la mujer. Es posible concebir otra familia, otra educación, otra distribución de las tareas parentales y sociales, que permitirán al hijo encontrar desde su llegada al mundo un referente del mismo sexo y un complemento del sexo opuesto: uno le servirá para su identificación, el otro le asegurara su Edipo y su identidad. Mientras la familia siga siendo el lugar de las diferencias entre el papel del hombre y de la mujer, el hijo recogerá en ella la semilla del sexismo”.
Es preciso que los hombres y las mujeres asuman una igualdad de papeles en el contraste de los sexos, para que el hijo pueda concebir que la diferencia de los cuerpos no engendra diferencia de poderes, este concepto sirve de base para suavizar o erradicar la guerra actual entre hombres y mujeres.

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